A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes construyeron un sistema de defensa para los territorios ocupados conocido como la “Atlantikwall” o el Muro del Atlántico. Hoy en día quedan los restos de estas estructuras como un remanente arquitectónico que ha perdido función y contexto, escudos enigmáticos de la nada, citando a Paul Virilio “pequeños templos sin culto”, que adquieren su belleza de un sinsentido a partir del cual la guerra aparece ante nosotros como una dimensión mítica.
¿Dónde reside la misteriosa fascinación con estos objetos? Tal vez en las exageradas proporciones entre el material utilizado en relación a su efímera existencia, o tal vez en la ironía de concebir un escenario tan poderoso para una representación de un solo día. En su interés por descubrir los secretos detrás de esta fijación, el fotógrafo Marcelo Insarrualde presenta los bunkers como escombros, en un acto de reivindicación del objeto confrontado con la ambición del sujeto, tal vez porque el objeto pretende permanecer distante en relación al observador, sin ser obstaculizado, dandole validez a sus propias leyes formativas.
Utilizando la perspectiva para darle a cada pieza una tridimensionalidad ambigua, Marcelo utiliza la luz de forma tal que las construcciones se disuelven en el espacio de forma pictórica, casi como salidas de una novela de Asimov, dando la impresión de estar fuera de tiempo y lugar.
El resultado es una gran serie que deja a estas estructuras en un lugar casi intocable.