Pablo Neruda, también conocido como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, fue sin dudas uno de los máximos referentes de la poesía, considerado entre los más destacados e influyentes artistas de su siglo; “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, según Gabriel García Márquez. Tuvo grandes reconocimientos donde se destacan el Premio Nobel de Literatura en 1971 y un doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford.
Además, fue un destacado activista político, senador, miembro del Comité Central del Partido Comunista, precandidato a la presidencia de su país y embajador en Francia. Por ello, sufrió diferentes persecuciones tanto por el franquismo -al estallar la guerra civica española- como por la derecha Chilena, que culminó saqueando gran parte de sus pertenencias en el año 1973 luego de su muerte y con la dictadura de Pinochet en marcha.
Uno de los mayores saqueos a los bienes de Pablo Neruda fue sin dudas los destrozos causados a “La Sebastiana”, la casa del poeta ubicada en la ciudad porteña de Valparaíso. Esta casa fue comprada a medias junto a la escultora Marie Martner y a su marido, el doctor Francisco Velasco, debido a su gran tamaño. La casa se inauguró el 18 de septiembre de 1961 con una fiesta memorable, y tuvo un poema dedicado a ella que fue leído durante la celebración y años después integró el libro “Plenos poderes”.
“Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojala invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movilización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?”. Estas fueron las palabras de Pablo Neruda dedicadas a a sus amigas Sara Vial y Marie Martner en el año 1959, que culminó en el hallazgo de la casa.
La casa con su extravagante arquitectura había sido construida por el español Sebastián Collado, quien destinó todo el tercer piso a una pajarera. Don Sebastián murió en 1949 y aquella casa inconclusa y llena de escaleras quedó abandonada durante muchos años. En esas condiciones Pablo Neruda compró la casa y la remodeló ubicandose en los últimos 3 pisos, y dejando los primeros para sus compañeros de vivienda. Allí instaló un living-comedor con una vista inmejorable de la ciudad y un bar con extravagantes copas. Arriba su habitación que compartió con su mujer y por último su lugar para leer y escribir con ventanales gigantes para poder apreciar todo lo que ocurría en la ciudad porteña.
En el año 1991, ya en democracia, la Fundación Pablo Neruda junto a Telefónica de España restauraron la casa, y así se convirtió hoy en uno de los museos sobre el poeta. En 1994 se construyó la plaza continua a la casa donde se pueden apreciar el verde y una amplia vista a la ciudad , y en 1997 nuevamente con el aporte de Telefónica de España, se abrió el Centro Cultural. El museo cuenta también con una biblioteca de poesía chilena y a una cuadra se ubica el Colegio Pablo Neruda.
A ”LA SEBASTIANA”
YO construí la casa.
La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad.
Cemento, hierro, vidrio,
eran la fábula,
valían más que el trigo y como el oro,
había que buscar y que vender,
y así llegó un camión:
bajaron sacos
y más sacos,
la torre se agarró a la tierra dura
-pero, no basta, dijo el constructor,
falta cemento, vidrio, fierro, puertas-,
y no dormí en la noche.
Pero crecía,
crecían las ventanas
y con poco,
con pegarle al papel y trabajar
y arremeterle con rodilla y hombro
iba a crecer hasta llegar a ser,
hasta poder mirar por la ventana,
y parecía que con tanto saco
pudiera tener techo y subiría
y se agarrara, al fin, de la bandera
que aún colgaba del cielo sus colores.
Me dediqué a las puertas más baratas,
a las que habían muerto
y habían sido echadas de sus casas,
puertas sin muro, rotas,
amontonadas en demoliciones,
puertas ya sin memoria,
sin recuerdo de llave,
y yo dije: “Venid
a mi, puertas perdidas:
os daré casa y muro
y mano que golpea,
oscilaréis de nuevo abriendo el alma,
custodiaréis el sueño de Matilde
con vuestras alas que volaron tanto.”
Entonces la pintura
llegó también lamiendo las paredes,
las vistió de celeste y de rosado
para que se pusieran a bailar.
Así la torre baila,
cantan las escaleras y las puertas,
sube la casa hasta tocar el mástil,
pero falta dinero:
faltan clavos,
faltan aldabas, cerraduras, mármol.
Sin embargo, la casa
sigue subiendo
y algo pasa, un latido
circula en sus arterias:
es tal vez un serrucho que navega
como un pez en el agua de los sueños
o un martillo que pica
como alevoso cóndor carpintero
las tablas del pinar que pisaremos.
Algo pasa y la vida continúa.
La casa crece y habla,
se sostiene en sus pies,
tiene ropa colgada en un andamio,
y como por el mar la primavera
nadando como náyade marina
besa la arena de Valparaíso,
ya no pensemos más: ésta es la casa:
ya todo lo que falta será azul,
lo que ya necesita es florecer.
Y eso es trabajo de la primavera.
Pablo Neruda