Cuentan quienes lo conocieron, que el poeta inglés William Wordsworth compuso muchos de sus más grandes poemas mientras caminaba. Algunos, valientemente se han atrevido a calcular que, en total, caminó algo así como 281,000 kilómetros a lo largo de su vida, una buena parte de ellos en el Lake District, cuna geográfica del movimiento romántico inglés. Como el inglés, existieron muchos otros escritores y pensadores que relacionaron el acto de caminar con el de crear, como Jane Austen, Arthur Rimbaud, Immanuel Kant, Friedrich Nietzsche, Jean-Jacques Rousseau, Henry David Thoreau y Charles Dickens, entre otros. También habría que mencionar a Gary Snider que, en su libro Wanderlust, habla de la necesidad de caminar en nuestra era como un acto necesario y vital. Todos ellos son, por su parte, herederos de los peripatéticos, filósofos griegos, hijos directos de Aristóteles, que solían filosofar mientras caminaban.
Quizá, el acto de caminar se relaciona la creación porque dibujar un camino con nuestros movimientos es también es trazar una línea que, como una narrativa, poema o pensamiento, empieza y acaba. Este movimiento en el espacio es espejo de un trazo interior. Caminar, podría decirse, invita a nuestros pensamientos a amoldarse a la naturaleza del movimiento de nuestros cuerpos. Esta sabiduría —el conocimiento del poder del humanísimo acto de caminar como un diálogo metafísico con el entorno— ha invitado a científicos a investigar más sobre los efectos de esta actividad en los procesos creativos (y también ha inspirado libros que giran, particularmente, en torno a esto).
Dos de estos investigadores del caminar son Marily Oppezzo y Daniel Schwartz de la Universidad de Standford, cuyos estudios los han llevado a hacer pruebas en unos 200 estudiantes que han mostrado que sus capacidades creativas, inevitablemente, son exaltadas al caminar. Ambos investigadores calculan que estudios futuros podrían delinear más claramente un mecanismo complejo que nace con el acto de caminar y se extiende hasta los cambios psicológicos que afectan el control cognitivo de la imaginación humana. Ellos ponen énfasis no sólo en la actividad física que implica caminar, sino también en el espacio donde se camina —y ahí es donde, como en el caso de Wordsworth, puede apreciarse claramente la relación entre paisaje y literatura—. En este punto el papel de la naturaleza, no sólo dentro de los procesos creativos, sino también sobre la mente y las emociones humanas, entra en juego.
Movimiento interior y exterior, movimiento en el tiempo y el espacio, caminar es un acto que invita a un estado de iluminación, de epifanía y creatividad profundas, uno que casi todos realizamos inadvertidamente casi todos los días y del que apenas comenzamos a intuir su verdadero poder.