La parte soñada // Rodrigo Fresán
Walter Benjamin dice que quien despierta sigue bajo el hechizo del sueño; el cuerpo cumple las funciones del día mientras que la mente se mantiene en esa penumbra gris que es el ensueño. Para que el hechizo dure no se debe acceder al mundo diurno, ni desayunar, ni interactuar con nadie, sólo sumergirse al trabajo matinal: “Quien está en ayunas habla del sueño como si hablase en sueños”. El autor de La parte soñada parece haber escrito esta ‘novela’ sin haber desayunado, encerrado y dedicándose todo el día a la escritura. Tal vez éste sea uno de los puntos clave de la obra de Fresán: cómo se lee y se escribe. El estado natural de un escritor es la soledad prolongada -ya lo plantea Virginia Woolf sobre la situación de las mujeres- pero en el presente es posible aplicar esta formula a todos los escritores. Quien escribe se aleja de la mirada de los demás para dejarse llevar por su propio relato. Se podría pensar que Benjamin, al hablar de ese umbral entre la vigilia y el sueño, está reflexionando sobre una práctica de la escritura.
Escribir lleva inevitablemente a que el sujeto se interne en un trance similar al sueño, a que se sumerja en el propio relato mientras se mantiene ajeno a los acontecimientos que suceden fuera del espacio del teclado. Como escritores (o ex-escritores), los personajes de Fresán se ubican en ese lugar de trance, un estado que se vuelve permanente en ellos. Son personajes que sueñan constantemente porque es lo único que pueden hacer, porque ya no logran cerrar los ojos y descansar por la noche. Entonces la escritura, el sueño y, por supuesto, la lectura se revelan como un escape: son posibles puertas de salida a una realidad que no es vista como homogénea ni única. Es una realidad que, como menciona uno de los escritores, se asemeja a la que delinea Burroughs: elíptica, fragmentaria, caótica. Por esta razón, es difícil trazar una línea entre la vigilia y el sueño de estos escritores: como personajes de David Lynch, los de Fresán caminan por ese umbral donde el tiempo se transforma y los acontecimientos no se desenvuelven con sentido o de forma ordenada. Aunque hay líneas argumentales que se desarrollan con su propia coherencia, todo se vive como en un sueño.
La narración, que parece encontrarse en primera persona, en realidad esconde una escritura en tercera que adquiere el ritmo propio del flujo de conciencia. En este fluir en el que se adentra el lector como en el sueño de otra persona, se advierten pensamientos que se formulan una y otra vez: a partir de estos fragmentos es posible armar el rompecabezas de la vida de cada personaje. Las conciencias repasan una y otra vez los hechos de su vida y se mezclan con las obsesiones propias de alguien que escribe. La parte soñada hila una red extensa de referencias a otras obras, autores, películas, canciones, porque lo que se lee, se escucha y se ve, permite descubrir nuevos pasadizos. Rodrigo Fresán lleva al lector de un lugar a otro a través de una multiplicación inmensa de referencias que posibilitan nuevas reflexiones, rondando los mismos temas como la recurrencia propia de los sueños. Leer requiere entregarse al trance de otro, en silencio pero siempre en alerta para descubrir caminos sin transitar y para abrir las puertas de salida a nuevas realidades. Quien lea esta obra debe estar dispuesto a sumergirse por completo en el cuerpo del texto, como cuando se apoya la cabeza en la almohada y se espera atentamente bajo la oscuridad desconocida de la noche.
La parte soñada – Rodrigo Fresán – Literatura Random House – 2017
Por Agustina Aranguren
Nota originalmente publicada en Mundo con Libros